Revista de la Sociedad de Medicina Interna
          de Buenos Aires

          La Medicina y el saber conjetural
 Dr. Daniel Carnelli

Resumen:

Se trata de una monograf�a en la cual se expone una rese�a de la semiolog�a m�dica, sus or�genes, y las similitudes que se fueron suscitando a lo largo de la historia, con otras disciplinas. Se hace puntual hincapi� en la observaci�n, cuan importante fue y es el detenerse en detalles, el escuchar, el contex-tualizar las situaciones que se plantean, y c�mo, gradualmente, la medicina se fue transformando en una ciencia espec�fica habiendo partido de meras conjeturas en sus or�genes. Sin embargo se busca mantener vivo el hecho del desciframiento de los signos, los s�ntomas y la interpretaci�n de los mismos como motor en el ejercicio de la profesi�n m�dica.

Introducci�n

A trav�s de la inspecci�n por medio de la vista, del sentir del tacto, de dar golpecitos o de escuchar, surgen las cuatro t�cnicas b�sicas de la propede�tica m�dica, las cuatro premisas fundamentales de la semiolog�a m�dica:
Observaci�n
Palpaci�n
Percusi�n
Auscultaci�n

Estos procedimientos permiten obtener signos a partir de los cuales es posible reconocer la enfermedad de un paciente.
En gran medida, la pr�ctica m�dica est� basada en la construcci�n de im�genes sobre el interior del cuerpo humano. Dichas im�genes se conciben por medio de la lectura de signos y s�ntomas que se constituyen como positivos en el paciente. Si bien hoy d�a se cuenta con una serie numerosa de avances t�cnicos denominados imagenolog�a diagn�stica, tambi�n en el pasado el proceder m�dico fue an�logo, incluso en los per�odos en los cuales la disecci�n de cad�veres estuvo proscripta.
En el marco de la semiolog�a m�dica, los t�rminos signo y s�ntoma tienden a diferenciarse y a presentar un estatuto conceptual distintivo. En este trabajo intentar� explicar en qu� radica dicha bifurcaci�n y qu� relaci�n existe entre la medicina y el modelo epistemol�gico que, de ahora en adelante, llamar� paradigma indiciario (1). Dicho modelo se puede caracterizar brevemente de la siguiente forma:
- Rigor el�stico
- Sobrevaloraci�n de detalles marginales
- Preocupaci�n por la distinci�n de individuales frente a universales
- Cualitatividad
- Intuici�n y conjetura.

Desarrollo

Acerca de la medicina y el paradigma indiciario
Entre los a�os 1874 y 1876, surgi� en una revista alemana una serie de art�culos sobre pintura italiana que estaban firmados por un erudito ruso especialista en historia del arte. Los art�culos figuraban como traducidos desde el alem�n por un desconocido. A�os despu�s se revel� la identidad del cr�tico que los escribi�: Giovanni Morelli, un m�dico que propon�a un nuevo m�todo para lograr la atribuci�n fehaciente de las pinturas pertenecientes a los grandes maestros del arte pl�stico. Su m�todo suscit� discusiones y controversias entre los especialistas, pero permiti� efectuar atribuciones nuevas y reales en los museos m�s importantes de Europa.
Seg�n Morelli, las malas atribuciones autorales se deb�an al uso de un sistema que se basaba -equivocadamente- en la observaci�n de las caracter�sticas comunes m�s obvias en pinturas de un mismo creador. Dado que dichos rasgos eran los m�s f�ciles de imitar, la distinci�n entre originales y copias era una tarea compleja y derivaba en resultados err�neos. Para el m�dico italiano, el trabajo anal�tico ten�a que centrarse en los detalles menores, es decir, en los rasgos menos significativos, en las sutilezas no perceptibles a simple vista. Morelli suger�a atender a los l�bulos de las orejas, a las u�as, a la forma de los dedos de las manos y de los pies de las figuras representadas en los cuadros. Los libros que desarrollan el m�todo Morelli no parecen pertenecer a los anales de la Historia del Arte pues se asemejan much�simo a un manual de anatom�a: est�n plagados de ilustraciones de diferentes partes del cuerpo y ofrecen exhaustivas descripciones de las caracter�sticas triviales que descubren la persona-lidad de un artista. Seg�n el proceder anal�tico-interpretativo morelliano, peque�os gestos inad-vertidos pueden ser reveladores del car�cter o de la personalidad de una forma mucho m�s veraz y certera que cualquier postura formal.
Desde esta perspectiva, en esos gestos m�nimos la subordinaci�n del artista a las tradiciones cultura-les desaparece para dar paso a la manifestaci�n puramente individual. En otro extremo del arte, pero �ntimamente conectado con lo anterior, podemos ubicar a la determinaci�n de identidades por medio de huellas dactilares que procede de la misma forma que Morelli emplea para identificar las personalidades art�sticas. Luego volveremos sobre esto.
Arthur Conan Doyle, otro m�dico, que se destac� profesionalmente como escritor de relatos policiales, tambi�n construy� ficciones en las cuales el m�todo Morelli puesto en pr�ctica por Sherlock Holmes fue el veh�culo para resolver los enigmas y las inc�gnitas del mundo del crimen. El cuento que ilustra de manera pertinente lo anterior es "La aventura de la caja de cart�n", ficci�n en la cual el inteligente detective construye el saber a partir de la observaci�n de los rasgos particulares de las orejas de las v�ctimas enviadas en una caja de cart�n como trofeo de guerra y venganza.
Tanto en Sherlock Holmes como en Morelli, el proceso de construcci�n del conocimiento "verdadero" parece abandonar la impresi�n global y focalizar en el estudio de minucias, de detalles secundarios, de rasgos marginales o encubiertos presentes en los particulares que se ofrecen a la observaci�n y el estudio. 
El joven Sigmund Freud, en una etapa pre-psicoanal�tica m�s cercana a la medicina, la neurolog�a y la psiquiatr�a, se muestra interesado por la propuesta de Giovanni Morelli y a prop�sito del m�todo expresa que su valor radica en la posibilidad de basarse en detalles marginales e irrelevantes como indicios de cuestiones claves y nucleares del esp�ritu humano. (2)
Las etapas de an�lisis, comparaci�n y clasificaci�n de elementos desde la perspectiva que venimos comentando remiten a un paradigma epistemol�gico que puede denominarse indiciario y su modo de producci�n del saber se emparent� con el empleado por los cazadores y los adivinos de los pueblos mesopot�micos. Adem�s, puede ser explicado por lo que Charles Pearce denomina abducci�n, un tipo de inferencia l�gica que se diferencia de la deducci�n y de la inducci�n. No obstante, desde la filosof�a pearceana, las tres inferencias corresponden a los modos b�sicos de la acci�n del alma humana. La abducci�n o inferencia hipot�tica se define como inducci�n a partir de cualidades. Se selecciona un cierto n�mero de caracter�sticas f�cilmente verificables de algo conocido y se relacionan con los rasgos de una particular para armar la hip�tesis general sobre el particular. Un cierto n�mero de reacciones evocadas por una ocasi�n se une en una idea general promovida por la misma ocasi�n. Seg�n Pearce, la abducci�n es la �nica operaci�n l�gica que introduce alguna idea nueva y constituye el momento decisivo de la investigaci�n. El proceso de descubrimiento que da lugar a la abducci�n tiene al dato como punto de partida. En la selecci�n de la premisa mayor o antecedente, se ejercita toda la imaginaci�n creativa del investigador.
Si nos remontamos a las t�cnicas adivinatorias de la Mesopotamia en el III milenio a.c., el examen minucioso de lo real era la base del saber. Los adivinos intentaban descubrir huellas de aconte-cimientos que el observador no pod�a experimentar directamente: excrementos, plumas, pelos, pi-sadas, v�sceras de animales, gotas de aceite en el agua, astros... Los signos del futuro se encontraban por doquier, el devenir del hombre estaba arraigado en todo o casi todo. Fue en estos pueblos donde, con el surgimiento de la escritura, se construyeron los primeros cat�logos de enfermedades y los tratamientos indicados para las mismas bajo los c�nones del conocimiento de la adivinaci�n.

Acerca de la semiolog�a m�dica


Podemos definir la semiolog�a m�dica como una disciplina que permite un diagn�stico de las enfermedades aunque �stas no sean observables. La sintomatolog�a opera como m�todo de observaci�n indirecta sobre la base de unos s�ntomas superficiales o signos que a menudo carecen de relevancia para el ojo del lego. �Es, entonces, la semiolog�a m�dica una disciplina conjetural? Si el m�dico construye su diagn�stico a partir de huellas, �es su tarea una labor de desciframiento? En lo que concierne a la ciencia m�dica de los s�ntomas, el diagn�stico pretende explicar el pasado y el presente, pero tambi�n se evidencia una dimensi�n prospectiva, de pron�stico, que viene a demarcar una probabilidad de la situaci�n futura. No es descabellado asociar, por lo que venimos desarrollando con antelaci�n, la tarea m�dica con los cazadores y los adivinos de la antig�edad: los primeros en el curso de sus persecuciones aprendieron a reconstruir el aspecto y los movimientos de su presa invisible a trav�s de meros rastros; aprendieron a husmear, a observar, a dar sentido, a contextualizar a partir del detalle m�nimo, de la huella d�bil; supieron efectuar complejos c�lculos en un instante. La presa del cazador, la enfermedad del m�dico: ficciones de una realidad tangible que se esconde, pero que hay que atrapar para posibilitar la continuidad de la vida del hombre. En ambos casos, el �xito o el fra-caso derivan de una acertada e innovadora acti-vidad venatoria. 
Al pasar a la Antigua Grecia, el cuerpo, el len-guaje y la historia de los hombres son sometidas por vez primera a investigaciones libres de prejuicios. Con respecto a la medicina, se desarroll� con una fuerza arrolladora y su trascendencia hist�rica es decisiva, tanto que se constituye como espacio del saber fundado en la naturaleza del hombre y no en lo sobrenatural. Se habla de una medicina con conciencia temporoespacial y conciencia del yo.
En la medicina hipocr�tica, se clarificaron m�todos para el diagn�stico y el tratamiento de las patolog�as mediante el an�lisis del concepto central de s�ntoma. Hip�crates se�ala que "s�lo mediante la atenta observaci�n y anotaci�n de todos los s�ntomas es posible establecer un historial preciso de cada enfermedad, pero la enfermedad en s� es inaccesible". 
La insistencia hipocr�tica en la �ndole indiciaria de la medicina surgi�, casi con certeza, de la contraposici�n entre la inmediatez y certidumbre del conocimiento divino y la naturaleza provisio-nal, conjetural del saber humano. Ya un antecesor del maestro de Cos, Alcmeon explicaba "...de las cosas invisibles y de las cosas mortales los dioses tienen certeza inmediata, pero a los hombres les toca proceder por indicios" (3). 
Para Hip�crates, el s�ntoma es equ�voco si no se tienen en cuenta otros elementos como el aire, las aguas y los lugares. El s�ntoma, al ser interpretado por el m�dico bajo estos indicios, adquiere el valor de signo. La idea griega de que todas las enfermedades son explicables a partir de la mezcla de los distintos humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra), conocida como pato-log�a humoral, se basaba en el supuesto de que, adem�s, todas las enfermedades ten�an un origen en com�n. Esto, a pesar de ser un avance con respecto a la medicina adivinatoria, retras� considerablemente el desarrollo de la anatom�a y la patolog�a, pues si el origen de la enfermedad era tan general no hab�a necesidad de determinar los v�nculos entre los �rganos como, por ejemplo, "la relaci�n entre ri��n, ur�teres y vejiga" (4). 
Se describieron, tambi�n, cuatro tipos de tempera-mentos (sangu�neo, flem�tico, col�rico, melan-c�lico) y formaron parte del cortejo de s�ntomas descriptos vinculados a la explicaci�n de algunas enfermedades. En la actualidad, la descripci�n de las enfermedades a partir de los indicios que hiciera la medicina hipocr�tica sigue siendo reconocida.
Algunos escritos hipocr�ticos tienen un tono defensivo que sugiere que ya en el siglo V a.c. los m�dicos eran atacados por su falibilidad. El hecho de que esta batalla no haya terminado se debe quiz� a que las relaciones entre el m�dico y el paciente, caracterizadas por la incapacidad del �ltimo para comprobar o controlar el saber y el poder del primero, no han cambiado en algunos aspectos desde los tiempos de Hip�crates. La idea de que el m�dico tiene el poder de curar, hace muchas veces dificultosa la relaci�n con los pacientes. 
Si partimos de la premisa que como m�dicos adquirimos el conocimiento espec�fico de las enfermedades y sus posibles tratamientos, pero que en la decisi�n final a tomar con el paciente intervienen factores emocionales, personales, sociales, cronol�gicos, por parte de ambos, y que se est� sujeto a errores interpretativos seg�n el ojo desde donde se mira, hace que a lo largo de los siglos se mantenga esta situaci�n entre ambos actores y se depositen muchas veces (en el caso del m�dico) una serie de cuestiones que van m�s all� de la pr�ctica de la medicina y lleven en muchos casos a la falsa idea de que la medicina es infalible en sus aseveraciones y que para todo existe la soluci�n correcta a aplicar, si bien se ha avanzado mucho a lo largo de los siglos, sigue siendo una ciencia con sus aciertos y desaciertos y esto es lo que a mi juicio se debiera trasmitir para sincerar muchas veces la relaci�n con los pacientes.
Trasladado el poder a Roma, se fue apagando lentamente la luz brillante de la medicina griega, correspondiendo a Galeno su estancamiento: anatomista griego del segundo siglo de nuestra era, se dedic� a recopilar y sobre todo a ordenar y sistematizar los conocimientos m�dicos logrados hasta su �poca y los reuni� en algo m�s de 430 vol�menes. Lo negativo de esta sistematizaci�n gal�nica del saber m�dico fue que dichos libros fueron consagrados como ley suprema, como paradigmas indiscutibles, leyes inviolables que frenaron por siglos el adelanto de la investigaci�n y el ejercicio de la medicina. Cualquier cono-cimiento, teor�a o hip�tesis que contradijera en algo la sentencia gal�nica se declaraba inacep-table tan solo porque contradec�a lo establecido por este griego que gobern� la medicina durante muchos siglos despu�s de su desaparici�n.
Como es sabido, las propuestas te�ricas de Galileo, Bacon y Descartes introdujeron un cambio decisivo en el enfoque cient�fico en ge-neral, tanto desde una perspectiva epistemol�-gica como simb�lica. Por ende, desde el medioevo, el debate sobre la falibilidad de la medicina se modifica subrepticiamente a ra�z de la incorporaci�n de la noci�n de rigor cient�fico.
La medicina, como otras ciencias o disciplinas de raigambre indiciaria, no puede cumplir absolutamente con los criterios de la inferencia cient�fica esenciales en el paradigma de Galileo, por ser una disciplina que tiene por objeto ante todo lo cualitativo, lo cual significa que en sus resultados hay siempre un elemento azaroso. Es importante recordar la relevancia de la conjetura (5) en la medicina. El uso de las matem�ticas y el m�todo experimental implica la necesidad de hacer mediciones y de repetir fen�menos, mientras que un enfoque individual hace imposible esto �ltimo y permite lo primero s�lo en parte. La medicina utiliza clasificaciones de enfermedades para analizar la enfermedad espec�fica de un paciente en particular, y el saber es indirecto basado en signos y vestigios de indicios, conjetural (6). 
Fue Galileo quien encamin� a las ciencias naturales por una v�a que jam�s han abandonado, que tiende a alejarlas del antropocentrismo y del antropomorfismo. En el mapa del saber, se abri� una brecha que no ha dejado de agrandarse. Sin duda, no pod�a haber mayor contraste entre el f�sico galileano, profesionalmente sordo a sonidos e insensible a sabores y olores, y el m�dico de la misma �poca que aventuraba su diagn�stico despu�s de prestar o�do a los ruidos de un pecho o de oler unas heces o de probar el sabor de una orina.
Fue durante el siglo XVII que aparecieron m�dicos de la importancia de Sydenham, el pri-mero de los grandes cl�nicos que dio base al empi-rismo cl�nico, dedic�ndose al estudio de las enfermedades a trav�s de la observaci�n directa de los pacientes, superando las teor�as o hip�tesis filos�ficas sobre los procesos m�rbidos. Adem�s, enfoc� la concepci�n de enfermedad no sola-mente como agresi�n, sino tambi�n como defensa del organismo, de manera que los s�ntomas (fiebre, dolor, debilidad) se erig�an como una respuesta a la agresi�n del organismo. 
Otro de tales m�dicos fue Giulio Mancini, m�dico del papa Urbano VIII, pose�a un extra-ordinario talento para diagnosticar porque "al visitar a un paciente pod�a adivinar de una r�pida ojeada el resultado de la enfermedad". Mancini ten�a no s�lo una gran compilaci�n de s�ntomas de enfermedades varias de la �poca, sino que adem�s un ojo muy avezado para la pintura y para el reconocimiento de las falsificaciones o copias. Este m�dico estableci� una analog�a entre el pintar y el escribir, para Mancini "al margen de la propiedad com�n de la �poca, existe una propiedad peculiar del individuo para pintar, al igual que en los escritores se reconoce esta propiedad distinta". Haciendo una analog�a, lapintura y la escritura se reconocen a un nivel macrosc�pico (la �poca, el siglo) y despu�s se propone un nivel microsc�pico (el individuo). Mancini citaba a Hip�crates y dec�a "que era posible remontarse de las acciones a las im-presiones del alma, que radican en las propiedades de los cuerpos individuales". Este m�dico para explicar el fen�meno de un becerro nacido con dos cabezas expres� que no se trataba de un dato revelador del futuro, sino de un modo de llegar a una definici�n m�s precisa de un individuo normal, que como miembro de una especie, pod�a considerarse repetible (7).
Pero durante las primeras d�cadas del siglo XVII, la influencia del paradigma galileano (aunque no siempre directa) llevar�a hacia el estudio de lo t�pico m�s que de lo excepcional, hacia una comprensi�n general de las obras de la naturaleza antes que a la adivinaci�n.
Sin embargo, el grupo de las ciencias humanas permanecer�a firmemente anclado en lo cualitativo, aunque con cierta incomodidad, especialmente en el caso de la medicina. Aunque se hab�a logrado alg�n progreso, sus m�todos todav�a parec�an inciertos, sus resultados no predecibles. Un texto del ide�logo franc�s Cabanis admit�a esa falta de rigor, a la vez que insist�a en que la medicina, a pesar de todo, era cient�fica a su manera. Al parecer exist�an dos razones funda-mentales que explicaban la falta de certidumbre de la medicina. En primer lugar, las descripciones de enfermedades concretas, que eran id�neas para su clasificaci�n te�rica, no resultaban necesariamente adecuadas en la pr�ctica, puesto que una enfermedad pod�a presentarse de formas di-ferentes en cada paciente. En segundo lugar, el conocimiento de una enfermedad segu�a siendo indirecto e indiciario: los secretos del cuerpo vivo permanec�an siempre, por definici�n, inalcan-zables. Una vez muerto, pod�a hacerse, por su-puesto, su disecci�n, �pero c�mo remontarse desde el cad�ver, transformado irreversiblemente por la muerte, hasta las caracter�sticas del individuo vivo?
El reconocimiento de esta doble dificultad significaba de manera inevitable admitir que la eficacia de los procedimientos m�dicos no pod�a ser demostrada. En conclusi�n, la medicina no podr�a alcanzar nunca el rigor propio de las ciencias naturales a causa de su incapacidad para cuantificar (salvo en aspectos puramente auxiliares) y esa incapacidad para cuantificar proven�a de la imposibilidad de eliminar lo cualitativo, lo individual; y la imposibilidad de eliminar lo individual era consecuencia del hecho de que el ojo humano es m�s sensible a las peque�as diferencias (aun marginales) entre seres humanos, que a las diferencias entre piedras u hojas. En las discusiones sobre la incertidumbre de la medicina estaban contenidas ya las primeras formulaciones de los futuros problemas epistemol�gicos centrales de las ciencias humanas. Ahora bien, entre los siglos XVII y XVIII, con la acentuaci�n del desarrollo de las ciencias humanas, la constelaci�n de disciplinas indiciarias cambi� profundamente: surgieron nuevos astros o la paleontolog�a que lograr�a grandes cosas, pero por encima de todo estaba la medicina, que confirm� su elevado rango social y cient�fico. Con el ejemplo de Morgagni, la anatom�a retoma su importancia y el estudio e interpretaci�n del signo con ella. Morgagni revoluciona el concepto de la enfermedad al demostrar (como lo hab�a hecho Vesalio dos siglos antes sin demasiado �xito) que la estructura determina la funci�n y, por ende, las enferme-dades no ten�an ya un origen generalizado. Durante este siglo Leopold Auenbruguer, hijo de un hospedero que med�a el nivel de los toneles de vino al percutirlos, aplica la t�cnica de su padre para verificar el estado de los �rganos huecos y llenos de aire o bien el de los �rganos s�lidos. Seg�n el sonido que emiten, los describe, sur-giendo de all� la percusi�n (9). Aparece Malpighi, an�tomo, y Harvey quien descubre el mecanismo card�aco y la circulaci�n sangu�nea, utilizando la experimentaci�n y las matem�ticas. La medicina se convirti� en el punto de referencia expl�cito o impl�cito, de todas las ciencias humanas. �Pero qu� �rea de la medicina? Hacia mediados del siglo XVIII se definen dos posibilidades: el modelo anat�mico y el semi�tico, donde las ciencias humanas acabaron por adoptar cada vez m�s (con una importante salvedad que ahora veremos) el paradigma indiciario de la semi�tica. Y aqu� regresamos a la tr�ada Morelli, Freud y Conan Doyle.
Hasta ahora hemos utilizado el t�rmino de paradigma indiciario (y sus variantes) en sentido estricto. Ha llegado el momento de desarticularlo. Una cosa es analizar pisadas, estrellas, heces (animales o humanas), catarros, c�rneas, pulsos, campos nevados o cenizas de cigarrillos, y otra diferente es analizar la escritura, la pintura o el discurso. La distinci�n entre naturaleza (inani-mada o viva) y cultura es fundamental, sin duda mucho m�s importante que las distinciones mucho m�s superficiales y volubles entre disciplinas, pero es evidente que se permite jugar con la similitud entre ambos procesos de an�lisis. La idea de Morelli fue rastrear, en el seno de un sistema de signos culturalmente determinados, las convenciones de la pintura, signos que, al igual que los s�ntomas (y como la mayor�a de los indicios), se produc�an de manera involuntaria haciendo una similitud con la medicina. No s�lo esto: en esos signos involuntarios, en los min�sculos detalles, que un cal�grafo llamar�a "florituras", comparables a las palabras y expresiones favoritas que la mayor�a de las personas, al hablar o escribir, utilizan sin intenci�n, esto es, sin darse cuenta. Morelli localiz� lo m�s certero de la individualidad del artista, as� heredaba (aunque fuera indirectamente) y desarrollaba los principios metodol�gicos formulados tanto tiempo antes por su predecesor Mancini. No fue del todo casual que tales principios dieran sus frutos despu�s de tanto tiempo.
A medida que las sociedades avanzaban desde el punto de vista t�cnico y econ�mico comenz� a generarse un fen�meno cada vez m�s frecuente que plante� la necesidad de que existieran diferentes alternativas para la identificaci�n de personas. El fen�meno era la delincuencia, y la reincidencia en la misma. Se origin�, entonces, el m�todo antropom�trico de los delincuentes y el del retrato hablado, ambos sujetos a errores por las potenciales similitudes entre los individuos a juzgar. 
A principios del siglo XIX, el an�lisis cient�fico de las huellas digitales se genera con un trabajo de Purkinje, fundador de la histolog�a, que distingui� y describi� nueve tipos b�sicos de l�neas en la piel, a la vez que afirm� que no hab�a dos individuos que tuvieran una combinaci�n id�ntica de l�neas en las huellas digitales. Pas� por alto las implicaciones pr�cticas de ello, pero no las filos�ficas, que fueron comentadas en un cap�tulo titulado "Sobre el conocimiento general de los organismos individuales". 
El conocimiento del individuo, seg�n Purkinje, es capital en la pr�ctica m�dica y comienza en el diagn�stico; los s�ntomas toman forma distinta seg�n los individuos y, por lo tanto, requieren tambi�n tratamientos distintos. Algunos autores modernos -dec�a sin nombrarlos- hab�an definido la medicina pr�ctica como "arte individualizante". Pero la base de este arte era la fisiolog�a del individuo.
El individuo, ser determinado en todos sus aspectos, posee una peculiaridad que es reconocible en todas sus caracter�sticas, incluso en las m�s imperceptibles y min�sculas. Ni la circunstancia ni la influencia exterior son suficientes para explicarla. Hay que suponer que existe una norma o tipo interno que mantiene la variedad de cada especie dentro de sus l�mites, el conocimiento de la norma revelar�a el conocimiento oculto de la naturaleza individual (10). 
Abandonando el estudio de las palmas de la mano a la vana ciencia de la quiromancia, Purkinje centr� su atenci�n en algo menos obvio, las l�neas de las yemas de los dedos que le proporcionaron la prueba oculta de la individualidad a trav�s de lo inigualable de las mismas. Esta l�nea de pensa-miento abri� m�s adelante el camino para el desarrollo posterior de lo que se dio en llamar correlaci�n clinicopatol�gica donde se recolectaban los signos y luego se comprobaba su legiti-midad en las necropsias, dando asi mayor impor-tancia a los fen�menos fisiol�gicos. As� hubo algunos m�dicos como Corvisart que mejoraron ostensiblemente la percusi�n o Laennec que fuera el inventor del estetoscopio y su m�todo de auscultaci�n, tomado de los hipocr�ticos colocan-do el o�do en el t�rax del paciente, dio paso a esta invenci�n, m�todo que es utilizado hoy en d�a.
Sabemos, por cierto, que la realidad es opaca, pero existen ciertos puntos privilegiados (indicios, s�ntomas) que nos permiten descifrarla con mayor o menor rigurosidad. Esta idea, que constituye el n�cleo del paradigma indiciario o semi�tico, se ha abierto camino en una amplia gama de contextos intelectuales, influyendo de manera profunda en el desarrollo de las ciencias humanas. Diminutas caracter�sticas paleogr�ficas se han utilizado para reconstruir cambios y transformaciones culturales. Los ropajes onde-antes de las pinturas florentinas, las innovaciones ling��sticas, la curaci�n de escr�fulas por reyes franceses e ingleses son unos pocos ejemplos de c�mo peque�os indicios pueden considerarse significativos de fen�menos m�s generales. Una disciplina como el psicoan�lisis, como vimos, se basa en la hip�tesis de que detalles aparentemente insignificantes pueden revelar fen�menos profundos y significativos. Como puede desprenderse, nadie aprende el oficio de conocedor, como intent� desarrollar Mancini, o del experto en diagnosis mediante reglas. En este tipo de saber entran en juego factores que no pueden medirse, (olfato, vista, intuici�n). Con respecto a este �ltimo t�rmino lo utilizamos como la otra manera de describir la recapitulaci�n instant�nea del proceso racional, pero vale la pena someramente retrotraerse a su origen. La antigua fisiogn�mica �rabe se basaba en la firasa que significaba en general la capacidad de dar el salto de lo conocido a lo desconocido por inferencia a partir de indicios o pistas. Esta intuici�n tiene sus ra�ces en los sentidos (aunque va mas all� de ellos) y como tal nada tiene que ver con la intuici�n extrasensorial de los irracionalismos de los siglos XIX y XX y existe en todo el mundo, sin salvedades geogr�ficas, hist�ricas, �tnicas, de sexo o de clase. Esto significa que es muy diferente de toda otra forma de conocimiento superior restringido a una elite. Constituye un estrecho v�nculo entre el animal humano y las otras especies animales (11).
Es decir, a modo de corolario, que por lo expresado hasta aqu� podr�amos relacionar que en la pr�ctica de las ciencias m�dicas, estar�amos vislumbrando quiz� el gesto m�s antiguo de la historia intelectual humana, el del cazador agazapado en el barro, examinando las huellas de una presa. 

Conclusiones:

Es sabido, pero algo olvidado con demasiada frecuencia, que la enfermedad es una construcci�n y no una entidad. Es una ficci�n que no obstante sirve para poder estudiarla. �sta se construye a partir de ensamblar signos y s�ntomas, los cuales ir�n agrup�ndose para conformar las categor�as nosol�gicas. En la semiolog�a m�dica se marcan diferencias entre los signos y los s�ntomas. Los primeros son aquellos mensurables, cuantificables y sobre todo observables por parte del m�dico. Los segundos, en cambio, son aquellos que expresa el paciente y sobre todo que se escapan a la observaci�n del m�dico.
Ser�a importante decir que a pesar de encontrarse esta distinci�n en cualquier tratado de semiolog�a m�dica, la pr�ctica m�dica tiende a no tenerla en cuenta. Algunos s�ntomas se convierten en signos como por ejemplo el v�mito, la disnea, etc. 
Es evidente c�mo, a lo largo de la historia, algunos m�dicos dieron una importancia cabal al proceder semi�tico indiciario, e incluso, si se quiere por deformaci�n profesional, intentaron incursionar en otros campos de conocimiento como lo son la pintura o las letras, siendo mentores de las ideas directrices para la creaci�n de m�todos que m�s adelante generar�an otras disciplinas como la grafolog�a, la paleontolog�a, la criminal�stica, la filolog�a, el psicoan�lisis, etc.
La rese�a hist�rica que acabo de hacer intent� mostrar que la importancia que se asignaba a la observaci�n del paciente, a las descripciones de las patolog�as y la necesidad de encontrar respuestas a los procesos m�rbidos permiti� que se constru-yeran hip�tesis diversas, algunas disparatadas en la actualidad, que sirvieron, como dije, de directrices de nuevas investigaciones m�dicas y en otras disciplinas, cre�ndose m�todos de estudio alta-mente coherentes e innovadores para la �poca. 
Los m�dicos contamos hoy en d�a con los avances cient�ficos y tecnol�gicos de estos �ltimos 60 a�os y no damos a la semiolog�a m�dica la importancia que merece en la pr�ctica diaria. Esto nos lleva a inundar de estudios complementarios al paciente y a no apreciar lo m�s importante que debemos tener los m�dicos que es el escuchar al individuo, el observarlo, el revisarlo. Creo, seg�n mi modesto entender, que lo �ltimo expl�cito forma la base de nuestra profesi�n y estar�amos haciendo honor a las premisas de nuestros antepasados.
Considero que es admirable d�nde estamos parados hoy cient�ficamente y c�mo han evo-lucionado las investigaciones culturales y cient�ficas y tambi�n la tecnolog�a, pero no deber�amos olvidar nuestros or�genes profesioales, en este caso, conjeturales.

Notas:

1- Se cita art�culo de Carlo Ginzburg sobre " Morelli, Freud y Sherlock Holmes, indicios y m�todo cient�fico" el texto original de "Crisi della ragione" en A. Gargani (ed) 1979, pp 59-106.
2- Para una distinci�n entre s�ntomas y signos o indicios, v�ase Segre 1975,Sebeok 1976.
3- Diogenes Laercio . Vidas. Citado por Umberto Eco en el texto de Semi�tica y filosof�a del lenguaje.
4- Delp Mahlon y Manning Robert, citado p.3 de Proped�utica M�dica.
5- Fuente de Timpanaro 1974:71-73 sostiene que la mayor�a de las ciencias denominadas humanas o sociales, tiene sus ra�ces en una epistemolog�a adivinatoria de la construcci�n del saber.
6- En Bloch 1945 hay un pasaje memorable sobre el car�cter probable (es decir no seguro) del saber hist�rico. Su naturaleza indirecta, dependiente de las huellas o indicios, es subrayada por Pomian(1975:935-952). El ensayo de Poiman es rico en observaciones agudas y realiza reflexiones sobre la diferencia entre historia y ciencia. Sobre los nexos entre la medicina y el saber hist�rico v�ase Foucault 1977 :45.
7- Mancini (1956-1957,1:107) remite a un texto de Francesco Giuntino (1573:269) sobre el hor�scopo de Durero. 
8- Sobre este tema, que apenas aqu� se trata, v�ase Hacking (1975).
9- V�ase nota 4.
10- V�ase "Comentario sobre el examen fisiol�gico de los �rganos de la vista y el sistema cut�neo" Purkinje 1948:29-56.
11- V�ase Mourad (1939). Hace una clasificaci�n de las ramas de la fisiogn�mica seg�n el tratado de Tashkopru Zadeh (1560); cuenta aventuras y propone una comparaci�n entre la fisiognomia �rabe y la investigaci�n sobre las percepciones de la individualidad por los psic�logos de la Gestalt.