SOCIEDAD 
DE MEDICINA INTERNA 
DE BUENOS AIRES

           Revista de la Sociedad de Medicina Interna
          de Buenos Aires

          Futilidad Terapéutica
Prof. Dr. Cataldi Amatriain, Roberto M.

La revolución tecnológica y científica que aconteció en la Medicina a partir de la segunda mitad del Siglo XX permitió el surgimiento de una serie de conflictos inéditos, de difícil resolución, y desde entonces el médico práctico debe enfrentar situaciones dilemáticas para las cuales no siempre halla las respuestas adecuadas. Desde la década del 60 los médicos nos vemos urgidos por hallarle racionalidad al acto médico. 
Por otra parte, la expectativa de vida en los países desarrollados de Occidente durante el transcurso del Siglo XX se incrementó en 30 años, al punto que hemos superado la barrera de los 70 años de expectativa y nos estamos aproximando a los 80 años. Pero cuando se habla de expectativa de vida habitualmente no se hace mención a si se trata de expectativa de vida libre de enfermedades, que es lo deseable, ya que es frecuente asistir en las salas de clínica médica a pacientes de 80, 90 y más años que cursan con patologías severas y que evidencian una calidad de vida penosa e infrahumana. 
En la lucha contra la enfermedad y la prosecución de la vida, aparece a menudo lo que se ha dado en llamar futilidad terapéutica. Expresión que se utiliza desde hace unos años. Fútil viene del latín, futilis, que significa de escasa importancia, y son sinónimos: baladí, trivial, insustancial. En última instancia, lo que se pretende significar es que el tratamiento carece de importancia en relación a las consecuencias. 
Algunos bioeticistas contraponen la futilidad a la autonomía, y sustentan que la futilidad está presente cuando a los pacientes no se los trata como personas, sino con un criterio meramente organicista. También sostienen que la futilidad se da cuando el médico no reconoce que la vida tiene sus límites, que ciertos manejos terapéuticos sin sentido atentan contra la autonomía y la dignidad de la persona. 
La futilidad tiene una doble vertiente, ya que por un lado implica la instrumentación de medidas terapéuticas que serán inútiles con sus diferentes repercusiones (dar falsas esperanzas a la familia, incrementar los costos institucionales, etc) y por otro la temida prolongación de la agonía, que sin dudas es mucho más grave.
Es evidente que toda terapéutica tiene sus límites y el internista debe saber si vale la pena llevar a cabo cierto tratamiento o si conviene abstenerse, porque carece de sentido tomar la decisión de implementar un tratamiento que de antemano se sabe que no va a modificar el curso de la enfer-medad, y que incluso, le prolongará el tiempo de sufrimiento al paciente.
Un tratamiento fútil es aquel que no va a alcanzar las metas terapéuticas, ya que el fin terapéutico en ese enfermo se ha tornado imposible. Esta futilidad terapéutica puede entenderse de varias formas:
1. Fracaso para prolongar una vida en condiciones dignas (libre de síntomas).
2. Fracaso para satisfacer los deseos o los pedidos del paciente.
3. Fracaso para lograr que los medicamentos ten-gan los efectos fisiológicos esperables.
4. Fracaso para obtener resultados terapéuticos que sean racionalmente aceptables.
La polémica gira en torno de si ciertos tratamientos son válidos o no para un paciente determinado, lo que constituye un hecho fundamentalmente clínico.Por otra parte, se pretende que el beneficio que se alcance con el tratamiento sea un beneficio global y no puramente de un órgano, porque en este caso también existe futilidad, lo mismo si el tratamiento preserva el estado de inconsciencia del individuo. Clarifiquemos esto con el informeque le brinda un médico a la familia de un paciente:"el corazón funciona mejor, se restablece del infarto, claro que quedará con un estado vegetativo persistente". 
Si el médico no tiene en cuenta los límites de la ciencia actual y de la vida del paciente en cuestión, es fácil caer en la futilidad terapéutica, que nada tiene que ver con actuar con ímpetu, con maquinaciones de tipo económico, o con supues-tas limitaciones impuestas por la edad, el sexo, la raza o la condición social. 
En EE.UU. se realizó el estudio SUPPORT, que comprendió a 9.000 pacientes terminales. Se comprobó que el 40% falleció en unidades de terapia intensiva, la mayoría en un respirador, y se verificó que en un 50% existieron situaciones de dolor incontrolado. No cabe duda que el resultado de este estudio es patético y tendría que incitarnos a la reflexión.
En un paciente terminal (aquel que no tiene ninguna posibilidad de recuperación) las intervenciones "desproporcionadas" pueden conducir a un verdadero encarnizamiento terapéutico (distanasia). Que una persona muera en un respirador, además de ser una situación injustificadamente deshumanizada, nos habla de nuestro actual sistema de vida. Que un paciente sin posibilidad alguna de recuperación sea sometido a un sinnúmero de prácticas invasivas, que sólo sirven para que la agonía se prolongue, constituye una expresión del empecinamiento o ensañamiento terapéutico (1).
Un medio es "proporcionado" si ofrece una esperanza de vida razonable al paciente. Al respecto Helga Kuhse sostiene que no se trata de una distinción entre medios de tratamiento, pues, es una distinción entre beneficios proporcionados o no, ya que el mismo tratamiento puede ser o no proporcionado según el estado clínico del paciente así como de la calidad y cantidad de vida que el paciente puede ganar con su utilización. Por otra parte, no todos los autores están de acuerdo en que la interrupción de un tratamiento artificial, extraordinario o desproporcionado constituye un caso de eutanasia pasiva, porque ello supone la terminación deliberada o inten-cionada de la vida del paciente (2).
Algunos autores hablan de ortotanasia en lugar de eutanasia pasiva, es decir, sedar a un enfermo para que muera en paz pero sin provocarle directamente la muerte.
En la historia política del Siglo XX muchos dirigentes fueron víctimas de la distanasia, como sucedió con E. S. Truman, el Generalísimo Francisco Franco, el Mariscal Tito, entre muchos otros. La sociedad está cada vez más informada acerca de estos excesos médicos, ya sea por conocimiento directo o a través de las noticias que cotidianamente aparecen en los medios. 
Al médico clínico los pacientes le suelen comentar sus temores. Algunos manifiestan que llegado el momento crítico desearían tener una muerte en paz y no ser objeto de procedimientos médicos que les prolonguen inútilmente el sufri-miento, ya que son conscientes de que la vida tiene sus límites y solicitan que la medicina no ignore esos límites y respete la calidad de vida. 
El ensañamiento terapéutico es severamente cuestionado por la Bioética. El Vaticano se ha expedido al respecto condenando tal práctica. La ciencia, la filosofía y la religión coinciden en no aceptar la distanasia.
Actualmente asistimos a encendidas discusiones en torno a casos difíciles o situaciones límite donde se contrapone la calidad de vida (concepto de cuño antropológico) a la sacralidad de la vida (concepto de raíz teológica). No cabe duda que la calidad de vida de un paciente con una gastrectomía por cáncer de esófago no es igual a la de un gastrectomizado por cáncer gástrico temprano. Es habitual que los médicos ante los casos "críticos" privilegiemos la calidad de vida presente y futura del paciente. Lo que sucede es que este principio justifica recurrir a otras opciones, de por sí polémicas, desde el testamento vital hasta la eutanasia y el suicidio asistido. 
De todas maneras, existe una realidad que no podemos ignorar: 1) las quejas de pacientes y familiares en los medios por un trato médico poco humanitario y por la instrumentación de medidas rígidas y no compatibles con enfermos terminales; 2) algunos médicos jóvenes que argumentan que deben cumplir obligatoriamente con aquello que se les enseñó en la facultad (¿obediencia debida?); 3) muchas veces por presión de los familiares y para evitar una demanda judicial por supuesta negligencia médica se utilizan recursos de manera innecesaria (medicina defensiva) y hasta se cae en la temida distanasia (3).
Desde la época de Hipócrates se sabe que quien muere sufriendo las inclemencias de una enfermedad, padeciendo dolores intolerables o en medio de una tortura moral no muere con dignidad. En efecto, este es un concepto que se remonta a la medicina de la antigua Grecia y que es fundamento de la medicina que hoy practicamos. Por lo tanto, constituye un imperativo moral que el médico evite la futilidad terapéutica y privilegie la dignidad de su paciente.

BIBLIOTECA

1-Cataldi Amatriain Roberto: Manual de Ética Médica. Editorial Universidad. Buenos Aires. 2003
2-Helga Khuse and Peter Singer: Bioethics. Blackwell Publishers. Massachusetts. 1999
3-Cataldi Amatriain Roberto: Ética en Gastroenterología. Editado por la Junta de Educación Médica para América Latina. 2002