La población mundial creció en el último siglo más que
en los dos últimos milenios. Este aumento de la
población mundial sucede tanto en países desarrollados
como en países en vías de desarrollo.
Si se tiene en cuenta que la tasa de fecundidad y de
natalidad ha decrecido en los últimos tiempos, ¿a qué se
debe este fenómeno?. La respuesta sería a una
disminución de la tasa de mortalidad como resultado de
una suma de factores vinculados a la mejora en la
expectativa de vida.
Hoy el ser humano es uno de los seres del reino animal
con mayor tiempo de vida. Un ciudadano de la Antigua
Grecia podía vivir no más de 30 años. Hoy la expectativa
de vida oscila entre los 70 y 80 años, dependiendo
del lugar que nos toque vivir.
En la Argentina esta expectativa es hoy en promedio de
74 años para el hombre y algo más para la mujer.
En la actualidad viven en el mundo, alrededor de 600
millones de personas mayores de 60 años, estimándose
que para el año 2020 esta cifra ascienda a los 1000
millones.
No cabe duda de que en el siglo XXI la población seguirá
creciendo y eso será mayormente a expensas del
grupo etario de mayores de 65 años (algunos informes
señalan un crecimiento de 2% anual); debiéndose tener
en cuenta una población de mayores de 80 años
considerable.
El envejecimiento es un proceso inexorable e irreversible,
que comienza según algunos autores alrededor de
los 35 años y una vez que se desencadena no interrumpe
su curso. La ciencia no ha podido evitar el desencadenamiento
de este proceso, pero sí ha podido modificar su
ritmo.
Sin duda, el desafío de la medicina es prolongar o
prorrogar el proceso del envejecimiento en forma
saludable. Habrá que prepararse para ser un profesional
calificado para atender no sólo a la persona de la tercera
edad, sino también a esta nueva población mayor que
algunos la llaman cuarta edad. La manera de
garantizar una vida larga y con mejor calidad es a
través de una prevención temprana que trate de
evitar una vejez enferma y discapacitante.
Por otro lado es importante culturalizar a la población
joven (el envejecimiento no es un problema de mayores
sino de jóvenes); a fin de entender que la modificación
de ciertos hábitos (alimentación, estilo de vida, control
de factores de riesgo, etc.), influirán en el resto de sus
vidas y otros factores no modificables como el sexo,
carga genética, antecedentes heredo familiares,
intervendrán también en el proceso de envejecimiento
saludable o no.
Una persona a partir de los 50 años, comienza a definir
la calidad de vida de las décadas por vivir.
No cabe duda de que la medicina a través de los avances
en cuanto al conocimiento, explica en buena medida
esta mayor expectativa de vida; lo que no es seguro es
si la medicina está capacitada para asegurar una larga
calidad de vida. Se puede correr el riesgo de tener una
vejez larga pero enferma y dolorosa.
En un trabajo que realizamos durante el año 1997 y
1998 en un seguimiento de pacientes internados
mayores de 80 años, observamos que de los que fueron
dados de alta, la mitad falleció antes de los 6 meses y el
67% antes del año.
Una de las lecturas de este trabajo es que la ciencia
médica está capacitada para compensar a un paciente
mayor, pero complicada por lograr la estabilidad a lo
largo del tiempo.
¿Está entonces preparado el mundo para este desafío?
¿Existen políticas de estado respecto de la longevidad y
envejecimiento de la población?
Nuestra impresión es que la sociedad no está preparada
para recibir una "oleada" de mayores sanos, y menos lo
está para tratar un número significativo de mayores
enfermos, y este es uno de los grandes desafíos.
Los gobiernos deben tener políticas dirigidas a este
fenómeno demográfico. Políticas que abarquen la
integración al sistema de personas mayores que siguen
estando en condiciones de experiencia y sabiduría.
Hoy por hoy la soledad y la falta de actividad intelectual
y física no deseada por la sociedad que prioriza lo joven
como objetivo perpetuo vivido hace que llegar a "viejo"
sea vivido como una condena.
Si bien esta característica demográfica poblacional es
importante, no es la única. El aumento de la incidencia
de enfermedades oncológicas sobre todo en pacientes
jóvenes, una curva de mortalidad infantil que no
decrece, una mortalidad alta en el grupo de adolescentes,
particularmente por accidentes previsibles, una
nueva epidemia, el SIDA, la vieja tuberculosis, la
diabetes, la obesidad, los desastres naturales, las
muertes y discapacidades relacionadas con las guerras y
el terrorismo son algunos de los ejemplos que desafían
a los médicos y a la sociedad en este siglo XXI.
Dr. Hugo Sprinsky
Presidente de la Sociedad de Medicina Interna de
Buenos Aires